Héroes del cemento

Asomo la cabeza por el balcón, el Sol pica fuerte pero no le doy demasiada importancia. Rebusco en mi armario alguna camiseta de baloncesto, ideal para la ocasión. Me visto, de pantalón corto y tirantes con el número ’30’ de Stephen Curry a la espalda -había olvidado esa sensación-. Rápido, como si se me escapara el tiempo de las manos, me ato los cordones con fuerza y salgo de casa con el balón anaranjado debajo del brazo -cuánto tiempo, viejo amigo-.

Bajo las ventanas del coche, que por entonces se había convertido en una sauna irrespirable, y pongo un tema de Drake que me recuerda a los días de partido -y ya está, motivación por los poros-.

Al poner un pie en aquella maldita pista de cemento, los recuerdos me sobresaltan. La calor insoportable -son las 12:30 del mediodía- de agosto no me impide lanzar un centenar de triples. Me doy cuenta entonces, que ya no queda nada de aquellas mañanas, tardes y noches interminables de baloncesto. Nos poníamos a prueba, nos enfadábamos en cada derrota y celebrábamos cada victoria como su hubiéramos ganado el anillo de campeones. Narrábamos cada jugada, vaciábamos la energía hasta quedarnos sin aliento -y todavía podíamos seguir un poco más-.

Cada vez que piso de nuevo el cemento de la pista -de nuestra pista-, me doy cuenta de cómo hemos cambiado. De lo mayores que nos hemos hecho. De algunos no se sabe nada. De otros, que olvidaron lo que es sudar sobre el cemento de nuestra juventud. Y allí sigo, de vez en cuando, solitario frente a un aro de hierro en el que nos batíamos en duelo para poder contar hazañas. Y nos recuerdo, a cada tiro, nos veo allí, y es como viajar en el tiempo.

S.

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